martes, 28 de diciembre de 2004

Premios Darwin

En un día como hoy, que es el día de los Santos Inocentes, me parece adecuado hablar de los Premios Darwin, aunque la verdad, de broma tienen poco.
Los Premios Darwin premian la estupidez humana para autoeliminarse de la forma más disparatada, demostrando así lo poco común que puede llegar a ser el sentido común. Lo definen así en su web:
"Estos premios se otorgan a aquellas personas que logran mejorar nuestra herencia genética... eliminándose de ella. Por supuesto, estos premios se conceden de manera póstuma."
Los premios se instauraron en 1995 y fueron llamados así en honor del padre de la evolución. Para evitar las leyendas urbanas, el equipo que los concede investiga una a una las cientos de nominaciones que reciben cada año, a través de la prensa y otros medios, y anualmente, conceden sus premios y varias menciones honoríficas, que aparecen en su página web, desde la cual, por cierto, se puede votar por las historias que te parezcan más merecedoras del premio.

La lista de ganadores incluye ejemplos como el de quien se estrelló contra una montaña a varios cientos de kilómetros por hora, después de instalar un motor a reacción de avión en su coche; el de un contratista que se electrocutó al coger un tomate en la valla eléctrica que él mismo había instalado; el conductor de maquinaria pesada que murió aplastado por cometer varios fallos básicos de seguridad (ni siquiera tenía puesto el cinturón de seguridad) precisamente mientras rodaba un vídeo sobre seguridad laboral; el caso del terrorista que abre una carta bomba que le ha sido devuelta, y otros muchos que hacen las delicias de los amantes del humor negro.

A mi en particular me encanta esta:
1989. En Francia, Jacques LeFevrier quiso asegurarse de su muerte cuando intentó el suicido. Fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga. Amarró el otro extremo de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se incendió la ropa. Hasta trató de dispararse en el último momento. Saltó al precipicio y se disparó al mismo tiempo. La bala no lo tocó pero al pasar cortó la soga sobre él. Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar. El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador caritativo lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió… de hipotermia.

No hay comentarios: