martes, 16 de noviembre de 2004

Aventura en el centro comercial

Hace unas tres semanas fue el día del Domund. ¿Os acordais de cuando erais pequeños que en el cole te daban unas huchas en forma de negrito y que había que salir a la calle para postular? Bueno, pues hoy en día eso se sigue haciendo en el colegio de mis hijos, y este año le tocó al curso de mi hijo mayor ir a postular por esta buena causa.

Quedó con 4 compañeros de clase para ir al centro comercial que tenemos más cerca. Como yo no pensaba quedarme ahí durante 3 horas un viernes por la tarde, insistí en que se llevara un móvil para que me pudiera llamar si pasara algo, o simplemente para avisarme cuando quería que le recogiera. Cuando llegamos a la hora H en el punto D ya estaba el resto de los chavalitos, cada cual más cortado. Los padres de uno de ellos me dijeron que ellos se quedaban haciendo la compra mientras los niños postulaban. Me fui, aunque me quedé un ratito escondida viendo como los "cinco magníficos" pedían con más miedo que vergüenza dinero para los niños pobres. Los más valientes eran los dos bajitos que iban por delante, y mi hijo, el más alto de todos, se escondía detrás de ellos, ¡qué pardillos!

A los dos horas sonó el teléfono, era mi hijo. "¿Ya has terminado y te voy a buscar?", le pregunté. Me respondió todo nerviosito: "Hola Mami, no, estamos aquí en la oficina con la jefa de la Policía, pero todo está bien". Me quedé helada, pasaban por mi mente un montón de atrocidades, desde que les habían atracado hasta que ellos pudieran haber mangado algo, pero no fue así. Me pasaron con una señora: "Buenas tardes, soy la Jefa de los vigilantes jurados del centro comercial, bla bla bla". Resumiendo: Habían visto unos niños solos pidiendo dinero, sin padres y sin profesores, y se los habían llevado aparte para verificar qué estaban haciendo exáctamente. Corroboré todo lo que los críos habían dicho, que eran del Colegio tal, que postulaban para el Domund y que los padres de uno de ellos estaban haciendo la compra en el hipermercado. Se quedaron satisfechos con mi explicación, y "soltaron" a los niños.

Al rato fuimos a recogerle y lógicamente nos encontramos con 5 manojos de nervios, y sus respectivos padres. Confesaron que lo habían pasado fatal, y que gracias al móvil de mi hijo se pudo deshacer el entuerto. Comentamos entre risas con los demás progenitores, que esta vivencia iba a ser una historia buenísima que iría engordando a lo largo del lunes siguiente de clase. Y efectivamente fueron los heroes de la clase. ¡Vaya aventura!

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