Trenes
Desde pequeña siempre me han gustado los trenes. Tal vez, porque cerca de mi casa pasaba una vía de tren y me acostumbré desde bebé al sonido de los vagones al pasar. Jugábamos cerca, aunque sabíamos que estaba prohibido. Si ponías monedas en la vía y luego pasaba el tren, te la encontrabas toda aplastada y a veces partida, ¡era divertidísimo! A los lados siempre había zarzales, y en verano era un festín ir a la vía armados con botes de cristal y ver quién cogía la máxima cantidad de moras. Al otro lado de la vía había una especie de "tierra de nadie" desde donde arrancaba un puente que te pasaba por encima de una autovía, y luego llegabas a un bosque. La vía era algo de confianza, si te perdías en el bosque y te encontrabas con la vía, sabías que tarde o temprano llegarías a tu casa.

Ya con hijos, lo que más ilusión les hacía a los niños era montar en tren, y no en el coche de Papá, así que en Asturias hicimos el recorrido Ribadesella-Oviedo en el Feve, solo dos horitas de ná de ida y otras dos de vuelta. Ellos se lo pasaron pipa, se hicieron amigos de Pepe, el revisor y Pelayo, el conductor, y estuvieron conduciendo el tren todo el trayecto de vuelta y tocando la bocina en cada cruce. El pasaje del tren acabó con dolor de cabeza fijo!
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